Para los que degustan historietas a mansalva y conocen el trabajo de Mitomante saben que no nos vamos a encontrar con una historia tradicional, costumbrista, más o menos simple. También, para los que vienen siguiendo la huella de Alquimia Comics desde hace un buen tiempo por la jungla digital de los webcomics pueden olisquearse que no estamos frente a un libro que te deje en paz cuando lo pongas en la mesita de luz. Y eso se ve desde el minuto uno en Boras, una primera entrega de las aventuras del sacerdote homónimo ruso que contempla un viaje hasta lo más hondo del asco y la penumbra del alma humana.

El caso de Boras es fascinante porque parte, desde el vamos, con una premisa bien simple: los autores eligen no contarnos demasiado, no inundarnos de detalles innecesarios ni de contextos que nos muestren una forma de entender este universo cruel. Sabemos lo justo y lo necesario, porque Fede Sartori, el guionista, sabe que en estos géneros que rozan con lo tenebroso mientras menos sepamos, mejor.

El lugar: algún punto de la vasta Rusia en lo que aparenta ser la modernidad. Los sujetos: el padre Boras, sacerdote de la iglesia ortodoxa rusa, quien está destinado a lidiar con casos un poco peculiares. Ahora, me detengo un segundo acá, porque Boras no es el típico exorcista de tres al cuarto que vemos en la película homónima ni tampoco es un Constantine ácido como la bilis, fumando todo el tiempo.

Boras parece un tipo simple, en realidad: una persona cuyo rostro y manos dan cuenta de los pasares de su corazón. Si Boras hace su trabajo, por más molesto y persecutorio que sea, es por la enorme empatía que tiene frente a las cosas que le pasan. Ésto, en una época de protagonistas de corazón de piedra y antihéroes cruentos, no puede hacer más que quererlo y conectar inmediatamente con el pobre tipo al que mandan a limpiar los asuntos sucios del resto de las personas. El padre Boras cumple con las asignaciones que la iglesia o los amigos de la misma piden con una actitud de servicio abnegado, pero no por eso deja de tener su balanza moral y ética a la orden del día. Una vez más, las miradas, los gestos de Boras a la hora de lidiar con la autoridad y la institución son muy transparentes, y vemos un tipo que, por bueno y sensible que sea, no se traga ningún sapo.

jesus 1Y hablando de sapos, casi olvidamos mencionar al otro, el mal necesario de la serie: Gabriel. Ahora bien, y volviendo al tema de la información, con Gabriel tenemos un asunto de falta de explicitación increíble: no sabemos qué es ni por qué acompaña a Boras a todos lados. Desde el minuto cero, desde la primera página, cuando Boras abre sus ojos Gabriel ya está ahí. Tomando la apariencia de un hombre alto, de cabello corto crespado y ojos negros que brillan en la oscuridad, Gabriel tiene siempre una sonrisa socarrona y un sentido del humor que ameniza las situaciones más cruentas y acidifica las más dulces. Con Gabriel dando vueltas, es imposible tomarse nada demasiado en serio, ni los escenarios más solemnes o las escenas más trágicas. La química que sostiene con Boras en los diálogos da cuenta de una relación de años, como si de viejísimos amigos se tratase, y agiliza el ritmo de lectura a tal punto que es imposible no pasar las páginas sonriendo para buscar el latiguillo de cualquiera de los dos. Ojo, Boras es un tipo serio, sensible y abnegado donde Gabriel es un diablillo escurridizo para quien nada es sagrado.

La cualidad que quizás nos da la pauta de que lo supernatural es algo que nos va a acompañar todo el viaje es el hecho de que, en cada página por pasar, existe una mínima incógnita que nos hace querer continuar leyendo. Boras fue y es publicado semanalmente en forma de webcomic, por lo que la necesidad de reforzar el cliffhanger al final de cada página es algo intrínsico al estilo: coronan una buena factura los dibujos de Lázaro, un dibujante que parece no tenerle miedo a dibujar nada, lo cual es un punto bien grande a favor. Generalmente existe un punto fuerte en cualquier narrador, pero en Lázaro el nivel es uniforme en todos lados, lo que permite mantener una lectura fluída sin que sea una cosa homogénea.

Boras es un libro más que disfrutable. Las dos historias cortas que componen esta entrega (más un episodio cero extra) usan una cadencia típica de historias por entregas, y no cuesta pensar o imaginar un Boras en Netflix, por ejemplo. Las conclusiones a las que nos arrojan los autores son particulares a cada una, pero hay una bajada que subyace desde el minuto cero: en el medio de un mundo que admite elementos sobrenaturales, con cucos, aparecidos, monstruos de las alcantarillas y regresados, la mugre y la cochambre que brotan desde abajo es netamente humana.

Obviamente, esperamos que vuelva en forma de Boras 2, en algún futuro no muy lejano.